jueves, 1 de noviembre de 2012

Penélope

Hoy traigo aquí un recuerdo lejano pero próximo..., entrañable. Está situado en mi pueblo de origen; pero hemos de transportarnos mentalmente a los años de mi infancia.
Por aquellos años estaban instalando el teléfono, ... ¡por fin! El teléfono llegó al pueblo con algunos años de retraso. Pero, qué alegría, ¿nooo?

La gente anda bulliciosa por las calles parándose a cada instante al cruzarse unas con otras; se intercambian cortos comentarios y continúan su camino. Parece como si estuviéramos viendo un reguero de rubias hormiguitas a través de una gigantesca lupa, cuando barruntan una buena cosecha.
Las sencillas gentes de este pueblo de viñas, de olivares y peinados barbechos, con su gracejo característico, están que no caben de gozo. ¡Van a tener teléfono!, y eso para el pueblo es un acontecimiento principal.
La alegría se les refleja en la cara. Pero quien parece más gozoso con el acontecimiento es el reducido grupo de mocitas. Mocitas de las pocas que quedan sin haberse ido a la gran ciudad. Ya pasaron la edad escolar y distraen su tiempo en pasear arriba y abajo por hacerse las encontradizas con los hombres de la brigada telefónica. ¡Es que son unos chicos tan guapos!...

Los chicos de la telefónica, casi todos solteros y jovencitos, entran en el juego ancestral y se dirigen a las muchachitas para "ligar" como se dice hoy. Una de ellas, Andrea, la más romántica y soñadora del grupo, mira de forma muy especial a Romero, el más simpático de los telefónicos. Se dirigen miradas que hablan.

Es un verdadero espectáculo ver a la brigada que instala la línea telefónica, tan apuestos, con esos correajes y esos pinchos en las botas. El espectáculo llega al éxtasis de los sentidos, cuando se les ve cómo suben a los postes con esos trepadores diminutos en los pies. Los gatos no suben mejor ni más seguros.
Estas demostraciones viriles son las que encandilan a las muchachitas y ellos, sabedores, desempeñan su trabajo como si actuaran en un circo.

Va llegando la primavera y ya por el pueblo no se comenta otra cosa. Andrea y Romero se han enamorado. Pero, cuando por fin se confirmó inequívocamente aquel noviazgo, fue por la fiesta mayor. La cosa estaba clara. Toda la noche estuvieron juntos en el baile de la plaza. Quedó tan confirmado y consolidado aquel noviazgo, que Romero el de la telefónica, después de unas tensas palabras con un grupo de mozos del pueblo, se vio en la ineludible obligación de pagarles "la ronda", una especie de impuesto revolucionario ancestral que vienen obligados a pagar todos los mozos forasteros que se ennovian con alguna moza del pueblo.

Desde aquel día, era habitual verlos pasear cada atardecer por el tupido paraje de "Los álamos blancos" que es como allí llaman al discreto paseo junto al arroyo Cantaelgallo, reservado para las parejitas cuando han adquirido una cierta confianza...

Los días transcurrían distraídos y placenteros entre las sencillas gentes del pueblo, hasta que llegó el momento agridulce en que empezó a funcionar el teléfono. Los operarios tuvieron que marchar del pueblo, trasladados por la empresa a otras instalaciones del país. La despedida entre Romero y Andrea parecía una trágica odisea. Ella lloraba desconsoladamente sobre el pecho de Romero. Él, desarmado por las lágrimas, intentaba consolarla con promesas esperanzadoras: «Adiós, amor mío; no me llores. Volveré, volveré muy pronto por ti, antes de que se caigan las hojas de esos chopos. Te lo juro, Andrea. Espérame».
Y por largo tiempo se mezclaron las saladas lágrimas con los dulces besos en aquella dramática despedida...
La mañana de finales de primavera era fría y amenazaba lluvia. Parado en la estación, el tren dio el último aviso de partida. En el andén de la estación quedaba Andrea con los ojos enrojecidos y fijos en la ventanilla del vagón. Asomado a ella, Romero, no cesaba de repetir, susurrante y conciliador: «Volveré, volveré..., ... Espérame amor mío».
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Han pasado muchos años y el de la telefónica no ha dado señales de vida. No obstante, Andrea sigue con sus tontas esperanzas y mientras tanto, para ir ganando tiempo, distrae su tiempo en coser las cositas del ajuar.
Van pasando lentamente los días en que la esperanzada Andrea, cose que te cose, se afana en esa interminable tarea. Tan sólo la interrumpe un rato cada tarde cuando acude a la estación de ferrocarril, muy arregladita como para ir de boda, cuando en su reloj son las siete menos veinte.
¡Pobre Andrea! Su intuición femenina siempre le susurraba que aquel hombre cumpliría su promesa.
Entre las gentes del pueblo se cotorreó que sí, que el de la telefónica volvió muchos años después. Algunos aseguran que le vieron al propio Romero por aquellos días en que instalaron una centralita electrónica, pero estaba tan cambiado por los años que posiblemente Andrea no le reconoció, (o no quiso reconocerle).

No sé. Pero esta canción siempre me recuerda a aquella triste historia:

http://youtu.be/KLLXSejOmsc

7 comentarios :

Tracy dijo...

Triste historia pero más frecuente de lo que pudiéramos imaginar.

Jesús Herrera Peña dijo...

De acuerdo, Tracy.
En los pequeños pueblos, antiguamente, si una moza la dejaba el novio, no volvía nadie a acercarse a ella.
Hay muchas penélopes por el mundo.

Jesús Herrera Peña dijo...

Pues sí, María, muy de acuerdo.
A mí también me encanta la Penélope del gran Serrat; me la vengo imaginando meneando el abanico con nerviosismo en la estación del AVE. ¡Haber!

Besos,

Unknown dijo...

Espero que cada vez hayan menos Penélopes.

Jesús Herrera Peña dijo...

De acuerdo totalmente, Nicolás.

Jesús Herrera Peña dijo...

Bueno, Marta, no sé si os he llevado al huerto pero no era esa mi intención.
Se trata de un relato novelesco con base verosímil que el 95% de él se lo debemos al gran Serrat. Yo sólo he puesto el 5%. Pero ha sido un 5% muy verídico.
Verídico que cuando yo era niño en mi pueblo de origen (12 años de edad) pusieron el teléfono y ese gran acontecimiento lo conservo fresco.
Verídico que aquellos empleados de Telefónica eran jóvenes apuestos, subían muy bien a los postes y hacían tilín a las poquitas mocitas del pueblo. (Pero de ahí no creo que pasaran).
Verídico lo del paseo de los álamos blancos; verídico también
el nombre del arroyo Cantaelgallo.

Verídico lo de que tenían que pagar "la ronda" a los quintos del pueblo, todo forastero que se ennoviaba con una moza de ese pueblo.
A lo que Serrat llama 'caminante' yo le hago empleado de la Telefónica y lo de Andrea es inventado ya que ponerla Penélope me parecía muy descarado. En los pequeños pueblos de España, en mi niñez, a las mujeres las ponían de nombre Maríayalgo...
Es uno de los relatos que empleé en mi cortísima etapa de hacer radio, (radito) en un programilla que titulé
"Canciones con historia" y después me enteré que me copiaron el título los de Radio Nacional de España. ;-)

Muchas gracias por tus estímulos, pero sin las historias que cuentan los cantautores, yo no soy nada.
Besos,

Jesús Herrera Peña dijo...

Buena sugerencia, Marta.
Creo que tiraré de los guiones de radio que conservo de aquel trimestre que me metí a locutor o algo así.
Muchas de las canciones llevan condensado en sus 3 minutos de duración, una novela completa, una fabulosa obra de teatro y unas historias insuperables.
Las mejores, las de Rafael de León, aquel del trío Quintero, León y Quiroga.

Te voy a retomar la sugerencia...→

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