martes, 4 de enero de 2011

menos humos


El humo flotando en los lugares cerrados de pública concurrencia se va a acabar. Eso espero. O por lo menos, se va a ir reduciendo hasta llegar a ser tolerable y nada peligroso para nuestros pulmones.

El humo flotando en los lugares cerrados de pública concurrencia me ha hecho mucho daño. No tanto daño como a esos camareros, músicos y demás trabajadores del café-concierto, café-teatro y demás cafés, restaurantes y demás.  Y hace años también a los conductores y cobradores de los autobuses de líneas regulares entre poblaciones. No nos olvidemos de los trenes y aviones.

Y esta no es una ley antitabaco como muchos la denominan y por eso abogan porque el gobierno prohíba su venta. De lo que se trata es de una ley anti-humos. De algo que se podría encuadrar en el eslogan: «No sueltes humo de tabaco donde el prójimo lo pueda respirar».

Cuando desde siempre yo respiraba en todos esos sitios el aire del ambiente, era muy consciente de que me estaba fumando varios cigarrillos yo, que nunca he fumado voluntariamente.

Y siempre me dije para mis adentros: Haber si llega un tiempo en el que impere la sensatez, el tacto comedido, la educación cívica, el respeto al próximo..., para que acabemos de respirar tanto humo los que no queremos fumar. Pero ¡quiá! No llegaba nunca.

Ya sólo quedaba que se aplicara la restricción de fumar en bares, restaurantes y discotecas. Será difícil erradicarlo totalmente porque este es un país muy permisivo, muy poco restrictivo, digan lo que digan algunos que en estos días hablan de dictadura del gobierno y hacen un bonito cántico a la sacrosanta libertad de fumar en los lugares que se quiera.

Este es el país de las mil leyes que luego de promulgadas no hace nada por defender su estricta observancia.

Que no se preocupen esos rebeldes dueños de algunos lugares públicos. Al final no les pasará nada. Dentro de año y medio, a pesar de lo que diga la ley anti-humo, la cosa quedará en que en unos lugares no fumará dentro ningún cliente y en otros sí que fumarán.

Pero en los últimos reductos públicos más típicos del fumeteo, se seguía respirando un aire muy cargado de un humo de tabaco tan denso que en muchísimos casos podía cortarse con unas tijeras. Los bares, restaurantes y discotecas tuvieron durante muchísimos años la ocasión de advertir ese fenómeno tan chungo, tan insano, e intentar poner algún tipo de remedio, por el bien de la salud de esos clientes que ahora es cuando sí temen perder.

Quizá todo se hubiera podido arreglar gastándose unos euritos en un sistema de impulsar la circulación del aire, que lo tomara del exterior, bien dotado del oxígeno correspondiente, y renovar el aire del local a base de expulsar el aire viciado por el lado opuesto, y eso, durante varios ciclos al cabo de las horas que estaba abierto el local, con la frecuencia adecuada al número de metros cúbicos de humo de tabaco generado en la unidad de tiempo.

Pero no es justo que sólo nos metamos con el humo de los cigarros. En esos locales de pública concurrencia, insano también resulta respirar el aire viciado por dióxido de carbono de tantas horas de respiraciones condensadas en su ambiente, sin que entre más aire puro —en invierno— que el de la puerta de la calle en los brevísimos momentos que se abre para entrar o salir alguien.

Ahora, en estos días, son muchos los fumadores que critican estas prohibiciones legisladas por el gobierno. Son muchos, también, los dueños de bares y restaurantes que se quejan amargamente y arremeten contra esa ley anti-humos. Algunos, más sensatos a mi parecer, entran en razones reconociendo que no se puede hacer que respiren el humo del tabaco los que no tienen por qué respirarlo, como son los camareros, los músicos y los actores de esos locales en donde hasta el año pasado se fumaba a pleno pulmón.

Nunca he fumado pero intento comprender a los fumadores y lo duro que lo tienen que estar pasando, pero lo mejor es enemigo de lo bueno, y lo mejor es que haya tenido que ser el gobierno el que arbitre lo del fumeteo en lugares públicos cerrados.

También yo siempre aspiré a que los fumadores me comprendieran y se apiadaran un poquito de mí.

El smoke ciega tus eyes

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