sábado, 18 de diciembre de 2010

hablar es un arte

Ahora que vamos despacio, me doy más cuenta de lo difícil que resulta el arte de dialogar.

Las televisiones, que algún ideólogo ideó que cumplían la triple función de informar, formar y distraer, se han quedado cojas de una de las tres patas y la pata de distraer se les ha alargado demasiado con respecto a la otra patita que les queda.
Formar, lo que se dice formar, forman muy poco; mejor dicho, nada. Deforman. Y en cuanto a la cuestión del arte de dialogar, nos están maleducando, ya que se ven esas tertulias en donde hablan tres a la vez y para abrirse paso y hacer valer su palabra cada uno, suben los decibelios de su voz por encima de los otros contertulios. ¡Qué digo contertulios…! ¡¡Contrincantes, rivales, a veces enemigos descarados!!

Yo también, cuando era joven, para hacer valer que yo estaba en la legítima posesión del uso de la palabra, si alguien me pisaba el terreno a base de hablar a la misma vez, también elevaba mis decibelios. Ahora no; ahora ya no compito. Que empiezo yo a hablar y 3 milisegundos después entra otro contertulio y me tapa mi palabra a base de entrar con más potencia, instantáneamente me callo y dejo para él sólo todo el campo de batalla.

¿No os ha pasado? En un diálogo, en una tertulia, vas a tomar la palabra y te la tapa otro; vuelves a intertarlo, y el mismo de antes u otro distinto te vuelve a tapar con su palabra.
A este fenómeno le comparo con una paella campera en la que todos comen del mismo recipiente. Qué mal estaría que cada vez que vas a meter la cuchara en la paella, se te pusiera otro por delante, cuchara en ristre, y te impidiera una y otra vez, que llegaras hasta la paella a meter la cuchara.

Un campo de batalla es lo que parecen hoy los diálogos donde hay dos o más personas dialogando salvajemente. No, no es que el desorden ese haya que achacarlo a la ausencia de moderador. En esas tertulias en donde hay moderador, no sirve de nada su presencia. Los moderadores de hoy en televisión no son como los de antes; no moderan nada. Ni siquiera ellos mismos tienen nada de moderados. ¡Dónde va a parar! Antiguamente sí que había moderadores que moderaban en las tertulias.

Ahora ya, el moderador de tertulias televisivas, no tiene más misión que la de mandar callar fulminantemente a los que están formando el guirigay y la trifulca, para decir “vamos a unos minutitos de publicidad”; que no se nos ocurra hacer uso del mando a distancia y tontás de esas. Ahora ya, los moderadores de la tele —e incluso, los de las tertulias en vivo, si las hubiere— son como el botones del hotel o del banco; como el chico de los recados de la tienda; como el galopín en una cuadrilla de trabajadores agrícolas; como el zagal en una cuadrilla de pastores; como el aprendiz en el taller de un artesano; como el becario en una empresa.

¡Qué pena! ¡Cómo se pierden las buenas costumbres!

Cuando yo era un chaval, de la tele lo aprendía casi todo. (Los que no hemos pasado por la universidad, la radio y la tele ha sido nuestro aula). Ahora ya no. Ahora desaprendemos porque los locutores, comunicadores, presentadores, periodistas (llámalos como quieras) nos están maleducando en el riquísimo lenguaje español; en el arte de dialogar…, ¡y en tantas cosas!

Ahora que me fijo, en los tiempos que corren resulta desconcertante el hablaje de la gente de la tele. Es muy frecuente oírlos decir: “Pasaros y sentaros” “poneros detrás mía”. Cuando todo el mundo sabe que si nos quisieran educar en el hablaje y volver a hacer de la tele esa escuela que muchos no tuvimos, deberían decir: “Pasad y sentaos” “poneos detrás de mí”.
¿Lo ves? Nos maleducan; nos hacen dudar. ¿Cuál es lo correcto, “detrás mía” o “detrás de mí”? ¿Cuál es lo correcto, “contra más llaméis, más posibilidades tenéis de obtener premio” o “cuanto más llaméis, más posibilidades tenéis de obtener premio”?

No sé; yo noto que con las teles de ahora estoy desaprendiendo mucho y me estoy deseducando. ¡Con lo bien hablado que era yo de chaval!

Mención aparte se merecen los que no escuchan; los que del diálogo hacen un monólogo: el de ellos mismos. Sólo te piden —en lenguaje subliminal— que mantengas tus dos orejas tiesas, limpias y bien dispuestas para escuchar su importante monólogo. Lo que tú tengas que decir, es de poca o nula importancia. No te dejan meter baza y te tapan con su palabra cada vez que lo intentas.

¡¡Qué jodido resulta el arte de dialogar!!

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