De repente oí un estruendo en la cocina, me fui pa’llá y allí estaban tirados por el suelo la escoba y el recogedor y el robot aspirador, dándose trastazos contra ellos mientras cantaba ♫ UNA LÁGRIMA CAYÓ EN LA ARENA, EN LA ARENA CAYÓ UNA LÁGRIMA…♫, se notaba que era rumba, ¡claro!, RUMBA… Se ponía a dar vueltas sobre sí misma como la pescadilla que se muerde la cola… y Rumba y Pescadilla juntas, eso sólo puede ser una rumba catalana. Y me dije:
—¿¡Qué ha pasao aquí!?
Pero la información de lo sucedido no la pude sacar ni con el sacacorchos.
Tanta curiosidad tenía que pregunté a los electrodomésticos por el origen de todo aquello.
Pregunté a la Thermomix pero no entendí nada porque me lo mezclaba todo... Luego la lavadora, después de dar vueltas y vueltas, no soltó prenda....
—¡¡Quiero que me condensen el relato de lo sucedido!!— Dije yo, y un bote de leche condensada “La vaca que ríe” que había en la encimera, se rió de mí. El exprimidor y la licuadora se peleaban por hacerme un extracto de lo sucedido.
Seguí con mis dementes pesquisas para saber qué estaba pasando en aquella maldita cocina. Después de tanto interrogatorio sólo tenía clara una cosa: Que en la disputa entre electrodomésticos estaba muy presente la envidia. ¡Claro!, debajo de los muebles hallé mucha pelusa. Había electrodomésticos que no dejaban de malmeter, culpándose entre ellos…, por lo que les tuve que aconsejar al horno y al microondas que dejaran de calentar más el ambiente. Me encontré con que la sartén y el cazo se estaban reprochando mutuamente a ver quién tiznaba más. La vitrocerámica mandaba a la freidora a freír unos espárragos.
Le pregunté al pasapurés, pero no había manera de entender lo que decía porque en realidad era un chino. La tostadora debía saber algo, porque yo me olía la tostada... El olor me llevó al cubo de basura, le tuve que pisar para que abriera la boca… Y sólo dijo: «¡¡Es que yo, al final, me tengo que tragar toda la mierda!!».
El tendedero y las cacerolas se tiraban indirectas entre
ellos:
—¡Que se te ha ido la pinza!
—¡Y a ti se te ha ido la olla!
En esto que de repente se arrancó el extractor y yo deduje: “estamos salvados por la campana”. De pronto oigo que sale de un armario: ♫ TUS OJOS, BANDIDO, ROBARON CON CUENTOS LA SANGRE Y LA VIDA DE MI CORAZÓN …♫. Abro el armario y compruebo que el bote del azúcar moreno se había destapado. Le pregunto: «¿Qué ha pasao?» y me dice “la culpa es de los filetes, que están empanados”. Y, efectivamente, vi que el pan estaba rayado.
Pregunté a la nevera pero farfulló por lo bajo con mucha frialdad. La cafetera estaba muy nerviosa y excitada y sólo repetía acalorada: ♫ La lontananza sai, è come il vento, que fa dimenticare si non s'ama ♫, porque se trataba de una cafetera italiana.
A esto que…, de pronto, noto unas palmaditas y la voz de mi madre que me dice: «Hijo, despiértate y levanta, no te demores no sea que no llegues a la hora al almacén…».
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