martes, 12 de octubre de 2010

Flamenco, ¿adónde vas?

La palabra ‘flamenco’ abarca a toda una cultura marginal que brotó en Andalucía pero que no es un folclore solamente andaluz; el flamenco ha superado cualquier localismo y se ha convertido en un arte universal.

El flamenco tuvo una infancia difícil; conoció la pobreza, el miedo, la humillación, el desprecio y motivó muchas lágrimas.
Aquel fenómeno de la cultura marginal que brotó hace dos o tres siglos entre infraviviendas de barrios humildes, sórdidas tabernas y mesones de los caminos, hoy está a punto de alcanzar el cenit de su gloria.
Gloria muy bien merecida porque el árbol del flamenco hunde sus raíces en la esencia de lo español y extiende sus ramificaciones por todo el área que abarca la lengua y cultura hispana y más allá; llega a los confines de Asia y en el Japón adopta los papeles de una legítima adopción.

Ese flamenco de hoy está llamando a las puertas de la UNESCO para solicitar humilde pero legítimamente, el carné de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Una petición impulsada por el gobierno regional andaluz y acompañada por los gobiernos regionales de Extremadura y Murcia, y respaldado por el Ministerio de Cultura del gobierno de España. El miércoles 16 de noviembre en la cumbre de Nairobi (Kenia) fue declarado el flamenco —por fin— Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Ese arte tan nuestro que hoy está ramificado por muchos lugares del mundo, fue creciendo enclenque y en su adolescencia fue alimentado en las cocinas de ilustres flamencólogos que intentaron vestirle de largo. Es obligado recordar aquí a Serafín Estébanez Calderón nacido el 1799; al gran flamencólogo Antonio Machado y Álvarez “Demófilo” (1848) padre de los grandes poetas Manuel y Antonio Machado Ruiz; Francisco Rodríguez Marín (1855); José Carlos de Luna (1890); Federico García Lorca (1898); Antonio Mairena (1909); Ricardo Molina (1916); José Manuel Caballero Bonald (1926); Fernando Quiñones Chozas (1930); Manuel Ríos Ruiz (1934); Félix Grande Lara (1937); José Blas Vega (1942).

A partir de los años cincuenta del siglo XX, con el incremento de publicaciones sobre el arte flamenco, fueron apareciendo esquemas de los diferentes cantes, en los cuales el teórico de turno intentaba construir un árbol en el que se reflejara el tronco del cante flamenco y —a manera de ramas— cada uno de los palos que lo componen.
Pero todos esos intentos de esquematizar los cantes con la intención de explicar su origen, suelen confundir al aficionado, pues ya hay por ahí demasiados árboles del flamenco y todos difieren entre ellos, ya que es una tarea muy compleja y a eso se suma la falta de acuerdo entre los estudiosos de este arte, teniendo en cuenta que son ya más de 50 los palos contabilizados en el flamenco.
Las letras de los cantes flamencos dicen mucho de todo el misterio que encierra este difícil arte. A través de sus versos se expresan sentimientos de tristeza, de pena, de alegría o de consejo sabio; y cada uno de estos sentimientos tiene su acomodo en un determinado palo.

El importantísimo arte flamenco utiliza unas letras que tienen mucha profundidad. Hay que agudizar mucho el oído —a veces— para poder entender bien las letras que se dicen en los cantes flamencos. Son letras creadas por ese autor anónimo que es el pueblo. El pueblo humilde y demasiadas veces iletrado; (pero nunca inculto) y su forma de divulgación ha sido el conocido método del “boca a oreja”.
He aquí una pequeña muestra de letras que a buen seguro, no nos dejarán indiferentes.
El vino da la libertá
de decir lo que se siente;
por eso, el que cuerdo está,
se retira de la gente
pa no decir la verdá.
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Mira si soy trianero
que estando en la calle Sierpes
ya me siento un extranjero.
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Hasta después de la muerte
te tengo que estar queriendo
que muerto también se quiere;
yo te quiero con el alma
y el alma nunca se muere.
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A la sombra de un laurel
cita nos dimos un día,
tú te quedaste dormía,
y cuando te disperté
la tarde ya anochecía…
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Al pie de un árbol sin fruto
me puse a considerar
qué pocos amigos tiene
el que no tiene qué dar.
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De olivo en olivo
te voy mirando
tú cogiendo aceitunas
yo vareando.
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Anda y no presumas tanto,
que otras mejores que tú
se quedan pa vestir santos.
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Chiquilla, tú eres mu loca;
eres como las campanas
que toíto er mundo las toca.
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Apañando aceitunas
se hacen las bodas,
la que no va a aceitunas
no se enamora.
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Dijo a la lengua el suspiro:
“échate a buscar palabras
que digan lo que yo digo”.
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Dijo al suspiro el silencio:
“yo digo lo que tú quieres
decir y no estás diciendo”.
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 El cante no es alegría,
el cante es decir las penas
que se llevan escondías.
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El tiempo no pasa,
no te pongas triste
que el tiempo es un nombre,
que el tiempo no existe;
quien pasa es el hombre.
Larga y fructífera vida para este arte universal que hoy se viste de gala y pisa los escenarios más importantes de todo el mundo.

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