viernes, 7 de noviembre de 2014

Cuando un amigo se va...

Tuvimos una convivencia muy estrecha durante muchos años. Siempre me acompañó a los sitios y gracias a él viví momentos inolvidables. Aquellas vacaciones de agosto; la boda de mi hija; el traslado urgente de mi ancianita madre al hospital; momentos muy importantes de mi vida y de la de toda mi familia. Fueron muchos, muchos años los que estuvimos juntos.
Algo se muere en el alma
cuando un amigo se va
y va dejando una huella
que no se puede borrar.

¡Qué bien lo dice la letra de esa célebre sevillana! Mucho mejor que yo lo pueda expresar aquí con mi pobre prosa.

Creo que nunca llegaré a agradecerle suficientemente todo lo que él hizo por mí, por toda la familia. Todavía me queda en el pecho o aún más dentro, una aspereza, un resquemor; es como una sombra negra en el alma cada vez que me acuerdo de nuestro desenlace, de nuestra despedida definitiva.
Me sigue remordiendo la conciencia cada vez que me acuerdo de lo mal que me porté con él; mal, muy mal el día que nos separemos. Me alejé de él sin una mirada, sin un leve roce, para que no se me saltaran las lágrimas. ¡Aahhggg! ¡¡Las lágrimas!! Asquerosa costumbre metida en el tuétano de una sociedad de hipócritas, que obliga a los varones a disimular sus verdaderos sentimientos. Que nos obliga a contener las lágrimas cuando más nos lo pide el cuerpo.
Maldigo el no poder volvernos a encontrar en el último rellano para comportarme como un hombre; como un verdadero hombre..., ¡...y al diablo con las lágrimas!
Cuando un amigo se va
queda un tizón encendido
que no se puede apagar
ni con las aguas de un río.
Me ayudan mucho esos versos de Alberto Cortez para dar a entender lo que tanto me cuesta decir con mis propias palabras. Y hoy escribo esto sólo por desahogarme; por autoconsolarme. Yo sé que ya no servirá de nada. Que nada voy a arreglar con todo esto. Pero escribir cosas así, aunque sé que él no las puede oír, me reconforta y me hace sentirme un poquitito más humano.

Siempre recordaré con cariño aquellos momentos en que me sacó de apuros. Aquella noche de agosto, ya madrugada, camino de las playas de Benalmádena, bajando el puerto de Despeñaperros que si no es por él, nos hubiéramos caído todos, con las maletas, con las sombrillas, con las sillas de camping, ... con todo. Era por el paraje que lo llaman "el mirador de Despeñaperros", allí donde Joselito rodó las escenas de "El pequeño ruiseñor". Aún no estaba convertido en autovía y era muy arriesgado el tomar algunas curvas muy cerradas.
Y cuando aquella otra vez en que se nos echaba encima una cuba de vino con apariencia de ser humano, ¡con qué destreza, con qué valentía nos libró del peligro! Aunque él no salió bien parado.
Me prestó grandes e impagables servicios. Eso yo nunca lo voy a olvidar. También, a veces se prestó a hacer asuntillos un poco..., en fin... ya me entiendes.
Lo supe luego. Aquellas veces en que entró en complicidad con mi hijo mayor y aquella media novia que tuvo, que hizo con él... ¡¡de Celestina!! Qué cómplice, qué confidente, qué discreto que a mí nunca me insinuó nada de todo eso, y yo hubiera seguido ignorándolo si no es por aquella prenda femenina que un día me encontré.
Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.



Pero un día, muy viejito ya, nos dejó tirados en plena calle. ¡Qué vergüenza! ¡Qué sopetón! Entre un taxista y yo le empujamos para retirarle de la calzada antes de que los impacientes nos dedicaran una tremenda pitada; luego lo tuvimos que cargar en un camión-grúa hasta un taller. Allí, el mecánico, después de hacerle un exhaustivo chequeo al día siguiente, me comunicó lo peor. Me diagnosticó que tenía lo que yo ya me imaginaba que tenía. Me lo dijo muy clarito y sin rodeos. Y lo tuve que dejar allí, y enseguida intenté llenar aquel vacío comprándome un nuevo coche.

Después de aquello, cada vez que miraba a mi nuevo coche, (el Citrôen ZX) cada vez que me montaba en él, me parecía estar cometiendo un adulterio. Me sentía como esos 'donjuanes' maduritos que abandonan a su esposa por irse con otra más jovencita, menos rodada y con menos kilómetros que su esposa.
este era mi querido cuatrolatas
¡¡Ay; no habrá otro coche como mi coche!!
En memoria de mi cuatrolatas (Renault 4-L) que a su lado me hizo sentirme un hombre.



Pasaron los años...
Después, con el Citrôen ZX ya nada fue igual. Veinte años le he tenido hasta que en los primeros días del mes pasado me desprendí de él para comprar un Citrôen C3. Y asistí a su sepelio.
Fue una mañana fría de enero en la que un camión-grúa de Desguaces La Torre, lo sacó de mi garaje, lo cargó en el camión y le di mi último adiós.
Pero yo ya tenía un callo en el alma desde el drama aquel de tener que abandonar a mi queridísimo Renault 4Latas.
La despedida del Citrôen ZX no fue tan triste ni tan dramática. No llegué a derramar ninguna lagrimita. No obstante, el operario de Desguaces La Torre me dijo: "Este es un momento triste, ¿verdad?". Yo le dije que sí, que lo era y mucho y que estaba muy descontento conmigo mismo por no haber logrado sacar ni una lágrima y le conté lo del otro coche; la dramática despedida de mi 4Latas.

¡Hay que ver! El ser humano se acostumbra a todo y cuando se viven varios dramas se forma una dura coraza que protege el alma y ya parece que los duelos no son tan trágicos.
Pero..., Citrôen ZX, si me escuchas desde donde quiera que estés: Que sepas que tú también has dejado un hueco en mi alma que no se podrá llenar con tu hermano pequeño, el  Citrôen C3.
alcázar de Toledo en relieve

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