sábado, 10 de julio de 2010

Una nueva religión

Yo no soy partidario de ninguna religión; es más, me producen urticaria, sarpullido, sarna y cosas por el estilo.
Para que una religión tenga categoría de religión tiene que mover grandes cantidades de masas humanas; embaucarlas, atontolinarlas, drogarlas, fanatizarlas y verbos de esa o similar calaña.

En estos días, más que nunca, se está consolidando como una nueva religión de ámbito celtibérico, el furbo(*).
Al igual que la religión que impera y corta el bacalao en España, el furbo(*) es lo que llena las conciencias —ética y moralmente— de muchísimos españoles, el furbo(*) es una nueva religión que intenta pisarle los talones a la del imperio del mini-estado Vaticano.
La prueba de que el furbo(*) se está perfilando como una religión es que ya tiene sus templos: la estatua de la Cibeles, la de Neptuno, la de la fuente de Canaletas, ...sin ir más lejos.

Anda, si eres guapito, corta tú el Paseo de la Castellana o el Paseo de Gracia, arropado en una masa de manifestantes protestones por no sé qué del creciente paro, de la mala marcha de la economía o de la política que practican los políticos. Eso sólo lo pueden hacer —sin que la policía les toque ni un pelo (¡dios le libre!)— los de la religión de siempre y los de la nueva religión (el furbo(*)).

En mi pueblo, sólo he visto colgar banderas nacionales (con perdón de los catalanes) en ventanas y balcones, cuando llega el día del corpus christi y ahora, en estos días en que la roja (con perdón) disputa en los mundiales de furbo(*) de Sudáfrica el alto honor de una nación. (Dicen del furbo(*) que es la continuación de la guerra entre países, por métodos menos crueles). Será verdad... (?).
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El furbo(*) no es un deporte, que nadie lo confunda con el fútbol. Se trata de un negocio/espectáculo/drogador_de_masas que paraliza entendederas y voluntades y mueve asuntos muchimillonarios.
Eso no puede llamarse fútbol y para no confundirnos, la nueva religión es eso que yo llamo furbo(*).
No es acertado criticar a los que no les guste el furbo(*), igual que no lo es tampoco criticar a quien no le gusta cualquier otro tipo de espectáculo de masas…
Pero fijaos si el furbo(*) llega a entontecer a sus seguidores, que les damos mucha pena, penita pena, los que no nos gusta eso.
Son tan..., tan..., así, que llegan a creer —embriagados por su pasión furbolera— que a los que no les gusta el furbo(*), no son felices. Cuando hace unos años a casi ninguna mujer le gustaba el fútbol, ¿tendremos que deducir que ellas no eran felices?

Yo, de cara a este fenómeno de la nueva religión, diría algo parecido a lo del cantautor francés Georges Brassens:
Cuando la fiesta nacional
yo me quedo en la cama igual,
que la música militar
nunca me supo levantar.
En el mundo pues no hay mayor pecado
que el de no seguir al abanderado.
No, a la gente no gusta que
uno tenga su propia fe...
Ahora cambiamos lo de fiesta nacional y lo de música militar por furbo(*) y queda la cosa al completo; muy descriptiva de lo que a mí me pasa. Bueno, ejem, ejem..., aunque no cambiemos nada de esa letra de canción, también me viene a mí a la medida exacta.
Sé que para muchos que me lean (¡Ojalá!) estaré cometiendo un gran sacrilegio diciendo lo que digo, pero en fin, que su dios me sepa comprender y perdonar y si no, ¡a la hoguera conmigo!

Yo soy uno de los poquísimos españoles que no verán el partido de fúrbol el domingo.
¡¡Hay gente pa tó!!

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